Wednesday 15 July 2009

Civilización y amargo salvajismo

Como un perro hambriento frente al mostrador de una carnicería, como un mendigo que en vano intenta protegerse del frío en un día de invierno, Buenos Aires intenta alcanzar aquello que no puede alcanzar: la felicidad del habitante. Hablo como una visitante, como una simple expectadora frente a la actuación de los actores, pero para el ojo ajeno a la realidad cotidiana de los porteños es casi imposible no ver la miseria que se esconde detrás de los beneficios que puede traer vivir en una ciudad tan grande.
Sí, es verdad que no se puede negar la variedad de espectáculos que se encuentran en sus calles, ni los tesoros que se pueden encontrar en esas viejas librerías. Tampoco se puede negar que para los aficionados a las comidas étnicas como yo, Buenos Aires es un paraíso. Pero luego de unos días de haber disfrutado de esas maravillas, después de que mis ojos se acostumbraron a las luces de la gran ciudad, pude ver, con ojos ya no atontados por los beneficios materiales, las caras de la gente al caminar.
Sólo se observa amargura. Sólo se observa que sus problemas personales son agravados por los cientos de piquetes y embotellamientos en las calles, por las horas de vida perdidas por las grandes distancias que hay que cruzar para llegar de un barrio a otro. Qué necesidad de pasar horas en colas sin fin para pagar una simple boleta de luz? Ante este último ejemplo, algunos me dirán: "Pero el otro día, yo en Bahía, estuve una hora en la coope para pagar la factura del agua", pero es innegable que aquí, en Buenos Aires, uno puede decir que tuvo suerte si la cola para pagar los impuestos fue de una hora...
Lo peor de todo es que los habitantes de esta gran ciudad no se dan cuenta. Hace tanto tiempo que viven de esta forma atiborrada que ya están insensibles a las disconformidades que conlleva este tipo de vida. No se dan cuenta de que sus caras no trasmiten sentimientos positivos. Sólo trasmiten estres, impaciencia y un enojo subyacente que parece traer interés solamente en la supervivencia propia, sin importar la persona de al lado.
Se observa mucha violencia por todos lados. Qué necesidad de entrar a la casa de una mujer de 79 años, robarle la plata y las joyas, para luego pedirle una plancha y quemarle con ella la cara, las piernas y los brazos. Hace 5 días que esa mujer está internada en el hospital, y con la edad que tiene, quién sabe si logrará recuperarse? Cuántos otros casos parecidos a este habrá en esta ciudad de los cuales no nos enteramos?
Vivir en una ciudad pequeña tampoco es perfecto. Deben también pasar cosas horrendas, pero en menor medida. Tal vez la vida más pacífica, menos alterada que lleva la gente (incluso los ladrones) hacen que la violencia sea un poco menor, un poco todavía menos dañina para el individuo. A la gente sigue importándole el prójimo. Todavía en Bahía no se llegó al extremo de que los únicos que sobreviven son los que tienen más plata o una mejor arma o un amigo bien acomodado.
La gente en una ciudad pequeña vive un poco más feliz. Sigue teniendo sus problemas personales, como todos, pero el ambiente que lo rodea no lucha contra él. Salir a la calle sigue siendo un placer, y no una lucha por saber si vas a volver con vida a tu casa.
Lamentablemente, a medida que las ciudades crecen, se va perdiendo la paz, la tranquilidad y la amabilidad hacia el prójimo. En Bahía cada vez se escuchan en las noticias más casos de robos y asesinatos.
Con el crecimiento, la civilización parace ser cada vez más salvaje y amargada. Sólo espero que a Bahía esto tarde muchos, muchos años en llegar. Y si se puede evitar su llegada, mucho mejor. Quiero seguir viendo sonreir a la gente mientras cruza la calle.

2 comments:

  1. Vea... tiene razón en eso que dice sobre las ciudades grandes. Hace unos años estuve en Bahía por cuestiones familiares (políticas), y sentí el cese de esa opresión que conlleva el animal urbano. Pero las realidades tienen siempre un costado positivo que las justifica.

    No sé cómo explicarle algunas cosas que tienen que ver con el apego.

    Piense en Bahía. Es el mejor ejemplo que se me ocurre a esta hora.

    Un saludo.

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  2. Es que lo entiendo perfectamente, Sr. Bigud, pero por más que uno sienta un gran apego, a veces uno tiene que ver las cosas más objetivamente, para poder estar mejor. No necesariamente todo a lo que le tenemos cariño nos hace bien.
    Y viendo los pro y los contra, Buenos Aires para mí tiene más de estos últimos.
    Saludos =)

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